El concepto de trampa de liquidez se debe al economista britanico John Maynard Keynes
Consistía en la falta de inversión de dinero privado debido a los bajos tipos de interés, ante este hecho, los propietarios de grandes cantidades de dinero prefieren retenerlo, en espera de una futura subida de la rentabilidad del mismo, con lo que se genera una situación de inactividad económica de la que, según Keynes, solo se puede salir con la inversión de dinero público por parte del Estado.
Esta situación de trampa de liquidez se está produciendo actualmente en muchos de los países sumidos en la profunda crisis económica del siglo XXI. Pero hay un agravante que impide aplicar la solución de Keynes: los Estados están en una situación de endeudamiento que hace imposible que aumente la inversión pública. Todo ello conduce, de forma inevitable, a una situación de inactividad económica y desempleo de la que es muy difícil salir.
La compra de deuda, es decir, cambiar deuda por más deuda, nunca ha resuelto los problemas de nadie y menos va a resolver los problemas de los países.
Los estímulos monetarios han consistido en entregar dinero gratis a los bancos para que los bancos lo muevan y con eso ayuden a mejorar sus balances. Pero los bancos no lo mueven porque sus balances son un desastre mayúsculo. Los bancos no han prestado ese dinero, dado que han optado por limpiar sus propios pasivos y mejorar sus famélicos activos inundados en tinta roja.
La idea de las inyecciones de liquidez pretendían que las empresas pidieran grandes sumas de dinero para invertir y con ello reactivar la economía. Pero las empresas no han pedido dinero para invertir e iniciar nuevos proyectos, sino que han aprovechado las bajas tasas de interés para licuar deuda y des-apalancarse de su propio caos interno. Las empresas especularon y se hincharon de deuda pensando que el maná de la burbuja continuaría para siempre. Y ahora, como el panorama económico es muy incierto, las empresas prefieren limpiarse de deudas, reducir su tamaño y sacarse el estigma de especuladores antes que iniciar nuevos proyectos. No importa que con esto generen más desempleo. Con el dinero que les sobra, prefieren especular en los mercados financieros, antes que invertir en la economía real y volver a crear empleo. Por eso la fuerte volatilidad que vemos en la bolsas. Y cómo tras determinada noticia los mercados “se recuperan”, aunque en verdad la tendencia sea bastante a la baja.
El caso de la “trampa por la liquidez” parece darse en situaciones de una profunda depresión económica: la producción y la renta han disminuido tanto que disminuye la demanda de dinero para motivo transacción y, por tanto, disminuye la tasa de interés; situación que se complica cuando el banco central trata de contrarrestar la caída de la actividad económica aumentando la oferta monetaria nominal mediante una compra de CETES en el mercado abierto, lo que haría bajar todavía más la tasa de interés. Por tanto, las expectativas que se forman los inversionistas (o empresarios) es que la tasa de interés ya no puede descender más como para motivarlos a invertir más.
La cuestión más importante, sin embargo, puede ser, eventualmente, la siguiente: en una profunda depresión económica las expectativas del público (empresarios y trabajadores) pueden empeorar complicando la situación. Los trabajadores, previendo que pueden quebrar más empresas y que, por tanto, el desempleo puede aumentar todavía más, toman sus precauciones y retienen efectivo en sus manos, gastan muy poco en bienes de consumo; los empresarios, viendo que la demanda de bienes de consumo no aumenta, también retienen efectivo en sus manos y prefieren no invertir.
En el caso de “la trampa por la liquidez” los automatismos del mercado quedan totalmente invalidados, veamos por qué: como la oferta de trabajo es mayor a la demanda de trabajo disminuyen los salarios monetarios, al disminuir los salarios disminuyen los costos variables y totales de producción de las empresas por lo que disminuyen los precios; al bajar los precios, aumenta la oferta monetaria real.
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